jueves, 17 de junio de 2010

Astrofotografía sin telescopio

No hace falta, ni mucho menos, disponer de grandes telescopios y complejos mecanismos de seguimiento para poder realizar fotografía al cielo nocturno. Aquí explicamos cómo conseguirlo con unos medios al alcance de cualquier aficionado, pero capaces de conseguir unos resultados muy buenos.

Un cielo nocturno, dénsamente estrellado, es una de la vistas que más ha embelesado al ser humano desde los inicios de nuestra existencia. ¿Quién de nosotros no ha caido alguna vez bajo el poderoso influjo de un firmamento, negro, tachonado por miles de estrellas de todos los tamaños y colores?. Cuantas veces nos habremos preguntado ¿Qué són las estrellas?, ¿Qué hay en ellas?, ¿Quien hay en ellas?. Con frecuencia, estas preguntas se vuelven contra nosotros mismos. ¿Quienes somos? ¿Qué mágica interrelación nos liga a las estrellas?. Somos hijos de ellas. Nuestro planeta y nosotros mismos estamos hechos de materia que una vez estuvo en el interior de estrellas como las que contemplamos.

Nuestra inquietud es, pues, perfectamente natural, al igual que nuestro deseo de plasmar en nuestro recuerdo el sentimiento de honda reflexión que viene asociado ante contemplaciones así.

Plasmar un cielo estrellado en el recuerdo está muy bien. Hacerlo en una fotografía es algo muy distinto.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la luz de las estrellas, por muy brillantes que las veamos nosotros, es extraordinariamente débil para prácticamente todas las emulsiones fotográficas. Para cualquier sensibilidad, la exposición habrá de ser invariablemente larga. De nuevo el trípode va a ser imprescindible.

Los parámetros ideales para tomar una fotografía de cielos estrellados con un objetivo convencional son los siguientes:

- La sensibilidad fotográfica que mejor nos va a funcionar en estos casos es, hoy por hoy, la de 400 ISO/ASA. Las sensibilidades superiores muestran en el positivado un granulado que pone en peligro la definición de la imagen e impide incluso mínimas ampliaciones.
- La velocidad de obturación viene determinada por el diafragma usado y, por increible que parezca, por la movilidad del sujeto. El cielo, al igual que la luna y el sol, se mueve en relación a nosotros a una velocidad imperceptible al ojo humano pero no para la cámara si vamos a hacer exposiciones largas.

En la fotografía que vemos bajo estas líneas, usamos una sensibilidad de 400 ASA y un diafragma a f/2. La distancia focal fue de 50mm. y la exposición, apurada al máximo antes de que la foto saliera "movida", fue de 20 segundos. Por encima de este lapso, las estrellas fotografiadas habrían sufrido un leve pero antiestético alargamiento al moverse ligeramente sobre el encuadre.

Fotografía del cometa Hale-Bopp.

20 segundos bastaron para captar este
objeto y el campo de estrellas por el que
se movía. Una antena de repetición de señal
de TV sirve como objeto de referencia.

Otro dato a tener en cuenta es que, por encima de 50 mm. de focal se producce una ampliación técnica de la porción de cielo encuadrada. El movimiento aparente de las estrellas, por tanto, queda acelerado y aumenta el riesgo de foto "movida". Para evitar esto, el tiempo de exposición habría de acortarse pero entonces nos encontramos con que la foto puede quedar subexpuesta al no poder abrar más el foco (diafragmas menores de 2, suelen ser raros en objetivos "de batalla").

Así pues, por desgracia, nos quedamos encasillados en esos parámetros: 50mm. de focal, f/2 y 20 segundos de exposición. Y 400 ISO/ASA, no lo olvides.

NOTA: Un objetivo de 35mm. abarcará más campo, lo que permitirá unos 5 segundos más de exposición, pero no serían sificientes para compensar el diafragma de 3,5 o 4 que suelen tener dichos objetivos.

Por cierto, ni que decir tiene que para velocidades tan lentas, un cable disparador te va a venir que ni al pelo. Eliminarás posibles vibraciones al manejar el obturador y obtendrás resultados más nítidos. De nada.

La segunda variante para la fotografía de cielos estrellados, y más sencilla, son los llamados rastros estelares.

Se trata simplemente de dejar el obturador abierto (mediante cable disparador y en posición B, claro) durante un tiempo determinado que puede llegar a ser de varias horas y con la salida del sol como única restricción (púramente burocrática, todo hay que decirlo). Así, el movimiento del cielo se hará claramente visible, dejando cada estrella una linea impresionada, de su color característico propio, y de una longitud directamente proporcional al tiempo de exposición e inversa a su declinación o altidud sobre el horizonte. A igual tiempo, las estrella cercanas al ecuador celeste dejarán rastro largos y, mas o menos, rectos; y las circumpolares, cortos y curvos.



La forma de Orión se adivina en el centro de la imagen
tras el movimiento recogido por 20 minutos de exposición.

El color verdoso de la toma viene determinado tanto por
la película utilizada como por la contaminación lumínica
que había en el ambiente, imperceptible para nosotros
a simple vista.


Encuadrar algún motivo entre el cielo y nosotros, siempre le da un aspecto diferente al resultado final.

No hay normas estrictas sobre diafragmado, tiempo de exposición, distancia focal o sensibilidad. Un diafragma cerrado dibujará rastros más finos; uno abierto, más gruesos. Una focal larga abarcará menos campo y dejará rastros aparentemente más largos, etc.

Una sola recomendación: Rehuye las zonas del cielo próximas a ciudades, gasolineras o áreas de marcha gansa. A simple vista, la contaminación visual es apenas perceptible, pero el efecto es acumulativo y recuerda que el obturador va a recoger luz durante quizá horas. Los resultados pueden ser deprimentes.

Y tranquilo, tío; hay cientos de combinaciones.


Autor: J. Arturo Ñeco Álvarez

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